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lunes, 29 de agosto de 2011

Adadasd

Y juró que nunca lo quiso así, pero terminó tomándose dos cócteles de caricias y abrazos, varias copas de besos y dos botellas de sexo... o tal vez tres? Y al otro día se daba cuenta de que los montones de zapatos por toda la casa abundaban, de que las plantas estaban secas, de que lo que había escrito se había perdido por ilegible, de sus gafas rotas y sus ropas desgarradas.

Vasos rotos, ropa sucia sobre la mesa del comedor, ni una prenda en el armario, nevera vacía y reloj sin pilas, telarañas pegadas de las cortinas y recuerdos transparentes en cada rincón conformaban la casa de la que nunca se enamoró.

Ella vivía para nadie, nadie vivía para ella, ¿y qué?, a ninguno de los dedos que la tocaron le importó la suerte de su cuerpo después de ya robada su inocencia. Que se enredaba en unos trapos y se dejaba caer en formas de fantasma y escorpión, sintiéndo cómo cada quemadura le tallaba el alma hasta lo profundo y se le antojaba que se moría allí, colgada, cabeza abajo.

Y ni con chocolates pudo salir de allí, cada vez se hacía más normal que en las noches se revolcara, y luego ya no era por las noches solamente sino también al mediodía y a cualquier hora que sus ojos vieran con quién podría llevarse a cabo el ritual sagrado que llevó su cuerpo al máximo desgaste.

Su piel se tornó pálida, sus bellos cabellos decidieron abandonar su cabeza para recorrer el mundo, la capacidad de su organismo de soportar cuánta porquería ella le metiera desapareció, y, tal como el médico lo diagnosticó, a los pocos meses murió.

martes, 9 de agosto de 2011

A pie pero con ojos y corazón [El aclaramiento].

Esta vez estaba yo más relajada, todo sucedía a mi alreredor tal como sucede una mañana de martes. Volvía yo de un paseo por la ciudad, y al pasar por el andén, recordé aquella carpintería en la que había dejado de pensar hacía tiempo.

Aceleré el paso, me puse nerviosa, llegué...

Al voltear la cabeza, todo se puso en cámara lenta, y, como en una película, sopló el viento y acarició mi cabello, parpadeé y sonreí: estabas ahí.

Estabas de nuevo ahí y yo no lo podía creer, ¡había ido tantas veces a buscarte y no te había encontrado! Tu apariencia esta vez era de niño bueno: usabas una gorra de colores, una camiseta blanca y unas bermudas -prendas que disimulaban tu cuerpo torneado por la dureza de la madera-. Tuve unas ganas inmensas de gritar tu nombre para que voltearas a verme, pero recordé con tristeza que no sabía cómo te llamabas.

Así que me limité a sonreír y a retener el grito en la garganta. Me limité a observar desde lejos cómo el serrín te envolvía de nuevo, haciéndote parecer una criatura mágica. El tiempo no fue más que algo desleído a mi antojo, y mi antojo era verte el mayor tiempo posible en el menor tiempo posible.

Te parecés a Taylor Hanson, de eso no hay duda; tal vez tu pelo sea ondulado en vez de liso, pero que te parecés, te parecés. Y sabía que, aunque jamás me habían atraído los hombres como vos, tenías algo, como un personaje mágico, silencioso, solitario, y eso fue lo que me gustó.

Me antojé de vos tan rápidamente como te había visto la primera vez, me antojé, simplemente, de vos, de todo lo que pudieras ser así yo no lo supiera.

Y en ese momento me fijé en tus manos fuertes, en tu conentración, y me di cuenta de que jamás me habías mirado. Pensé que la posibilidad de conocerte tal vez no existiera, y llena de melancolía retomé mi camino.

viernes, 1 de julio de 2011

A pie pero con ojos y corazón [El descubrimiento].

Antes te veía todos los días, pero ahora… ahora es complicado verte. Recuerdo muy bien la primera vez que te vi -uno siempre recuerda muy bien las primeras veces-, tal como estabas, natural y despreocupado.

La primera vez que te vi la sensación más fuerte en mí fue de sorpresa, y es que tu parecido con Taylor Hanson es impresionante; pero luego vi el torso sin camisa, la piel desnuda recibiendo el sol, los músculos de los brazos marcados por la fuerza, tu cara concentrada, el serrín volando a tu alrededor, y se me antojó que eras mago.

Y ¿cómo explicar que todos los días pidiera al cochero que bajara la velocidad al pasar por esa parte de la calle? Hacía que la escena pareciera en cámara lenta, y yo, desde mi ventana, podía verte todos los días limpiarte el sudor de la frente con un paño húmedo, podía ver tu cuerpo luciendo al sol sus marcados contornos.

Mis viajes diarios de un extremo a otro de la ciudad terminaron unas pocas semanas después de yo haberte descubierto, y tuve que quedarme encerrada en mi cuartito, mirando siempre por la ventana, como esperando a que pasaras por debajo y yo pudiera verte. Siempre pensando en vos, ¡en vos que no me habías regalado ni una miradita!

Para vos yo no existía, y, mientras tanto, para mí, vos y tu cabello rubio y rizado se habían convertido en motivo de una desesperación neurótica en medio de los amaneceres más silenciosos y fríos. Tu imagen había desbordado la capacidad de mi cerebro y yo era un bulto, tirado sobre una cama destendida, que sudaba y gemía tratando de darte un nombre para poder llamarte.

Y ¿cómo explicar esas escapaditas que me daba por las tardes a la carpintería?, ¿quién iba a creer que realmente me interesaba la carpintería a mí, la señorita de mejor familia de toda la ciudad? Pero yo seguía yendo tarde tras tarde, a pie pero con ojos y corazón bien atentos, a la carpintería; iba a buscarte todos los días, a veces me encontraba con las puertas ya cerradas y todo guardado, otras, me encontraba con un par de señores viejos y panzones que me preguntaba qué hacía yo allí.

Nunca me atreví a preguntar por vos, aparte de que ni siquiera sabía tu nombre esos viejos panzones no me inspiraban confianza. Y, así, pasaron los días. Deseaba desesperadamente verte de nuevo, pero no volví a la carpintería. Me estaba resignando a la idea de nunca conocerte.

Ya estaba olvidándote cuando, en una noche de esas que no estaba en mi casa, tuve un sueño. No sucedía nada en aquel sueño, simplemente eras vos, sonriendo y mirándome. Desperté con la seguridad de que si iba a buscarte te encontraría y, sin embargo, decidí hacer caso omiso a cualquier tipo de presentimiento.

Pero he aquí que, varios días después, salgo a buscarte de nuevo. Me escurro a hurtadillas por la gran puerta de madera, atravieso el jardín escondiéndome tras los matorrales, corro por las calles y callejones alzándome la falda para poder ir más deprisa, llego a la calle principal tras cinco minutos de agitada carrera, cruzo a la izquierda y me lanzo por el andén directamente hacia donde puedo ver los tablones amontonados y el serrín volando.

De regreso pido a un señor que me venda un helado de arequipe para calmar la sensación de estúpida que me producía el haberte buscado en vano una vez más.

miércoles, 15 de junio de 2011

Ciruela, frambuesa y amor.

Ya me habrá visto usted, pues todo el mundo me conoce. Y es que yo me dejo ver mucho, verá, ¿se ha fijado usted en ese ventanal?, todos se han fijado en ese ventanal; lo que se ve por ese ventanal es mi encantador cuartito que, si se porta bien conmigo, hoy va a dormir conmigo allí, en mi camita.

Todos se han fijado en ese ventanal, todos saben que si se fijan en ese ventanal a las diez y cuarenta de la noche me van a ver desnudándome, me van a ver ponerme el vestidito de tul blanco y, acompañada por alguna silueta masculina –que es diferente cada noche-, meterme bajo las cobijas.


Pero usted sabe que se pasa los días sentado y torcido, deseándome. Se pasa los días metido en un letargo insoportable, queriéndome. Mírese, ya está todo lleno de hongos, blanco y arrugado. ¿Usted cree que yo lo quiero?, pues no, fíjese, yo no lo quiero. Usted me dijo hace unos días que me quería, ¿se acuerda? Es que usted puede estar lleno de amor pero ese amor no es el que yo quiero.

La primera vez que me le acerqué pensé que habían puesto aquí una nueva estatua para adornar el parque, pero era usted, metido entre las matas todo cubierto de musgo y mirando siempre al ventanal. ¿Esperaba verme?, pues aquí me tiene. Y yo quiero quitarle todo ese mugre que tiene usted encima, que no lo deja caminar, que no lo deja dormir, que lo mata poquito a poquito.
Venga, le enseñaré cosas chéveres, ya verá usted cómo es de bonito mi mundo, le mostraré la felicidad, lo llevaré al paraíso. Venga, no tenga miedo, parpadee y dése cuenta de lo vivo que puede estar si se viene conmigo, si pasa la noche dentro de mi portal; si se resbala no importa, es más sencillo que se quede enredado en mi melena.

lunes, 25 de abril de 2011

Sinfonía color de fresa


Fijáte que justamente a vos quería decirte una cosita:
Mirá que a veces uno sabe que no sabe algo, pero si uno sabe que no sabe ese algo entonces es porque sí lo sabe, ¿me entendés? Ayer me cogieron las tres de la mañana con las narices metidas en El Túnel, la lamparita de luz rosada prendida, los pies descalzos y las estrellas pálidas. Anoche pensé mucho en vos, sobre todo por las cartas de María a Juan Pablo [Juan Pablo es un bastardo], que se me hacían escritas por vos.
Yo, por ejemplo, no sabría cómo decirte que sé muchas cosas que vos pensás que yo no sé. Y, sin embargo, yo sé que vos podés suponer que yo las sé, suponiendo al mismo tiempo que yo no sé que vos sabés que yo las sé. Jajajaja, anoche también recordé tu risita tímida y tu mueca acostumbrada. Me cogieron las cuatro de la mañana escuchando Marea, tarareando Trasegando, susurrando Entre Hormigones; pero a vos nada de eso te importa, vos no sabés de qué estoy hablando.
El toc toc del duendecito en mi ventana terminó por dormirme a las cuatro y media, y me despertó el Preludio y Fuga No.3 de Bach, que provenía del cuarto de al lado y salía por los dedos de mi hermano, a las ocho y pico. Me levanté en italiano, caminé en alemán, abrí la puerta en japonés y pensé en inglés [Aquel último idioma me pareció, por un momento, vulgar y feo, inapropiado para pensar].
Recordé, entonces, todas las carajadas que tenía que hacer para Martín, para César, para John, para Hermides, para Chois y para Freddy, y me dije que había sido un acción idiota de mi parte haber hecho literalmente na-da durante diez días y ahora tratar de hacer muchísimas cosas en un día. ¿Y eso a vos qué te importa?, ¿acaso sabés de lo que estoy hablando?
Aún no te he dicho la cosita que te quería decir, lo anterior era solamente una introducción para que preparases tu mente a la forma en la que hoy quiero hablarte… de hecho, no quiero hablarte.
El símbolo matemático de “todo” reposa tranquilamente sobre mis papeles, como chocolate y me digo que tengo muchas cosas que hacer, pero sigo recostada en el suelo pensando en los lunes fríos de ropa en blanco y negro disfrazados de ingenuidad, miro los restos de grafito colgados en mi pared negra, vuelvo a decirme que es mejor que me ponga a hacer mis deberes y, sin embargo, cuando al fin decido levantarme del suelo, es para ponerme a escribir esto.
Ella, sí, ella me lo ha dicho todo. Ella, la de la mandala que ahora es mía, me ha dicho una por una cada palabra que yo esperaba oír de vos y que vos nunca me dijiste. Mi cuaderno de animalitos respira hondo y me llama para que escriba en él, “no quiero”, le respondo. Las sensaciones allí escritas ya no me gustan, nada de sonrisas ni de confianza existe ya allí, es más bien como un “Juanpablo Calle Del llano, ¿por qué no venís y me decís por qué me odiaste?, ¿por qué no venís para que yo pueda decirte que ella es tuya desde el principio de los tiempos y que no debés odiarla por ser mi amiga?”.
¿Sabés qué?, como en muchas otras ocasiones, me he dirigido a vos con la intención de decirte algo, pero se me ha olvidado. De nuevo te digo lo que más me gusta decirte: “¡Olvidálo!”.

martes, 12 de abril de 2011

El cronopín

Un día un cronopio encontró una flor y dijo: "¡Oh!¡qué bella flor!". Al oír estas palabras, la flor marchitó y murió; había cumplido su misión en la vida.

martes, 5 de abril de 2011

Que me pudra yo por ser tan pesimista

A veces me pierdo pensando que no hay nada que buscar, pensando en que tal vez la pelea ya acabó, que no hay nada más por qué luchar; pero miro a mi alrededor y sólo veo caras lánguidas y cuerpos famélicos que me miran afligidos e hirientes, como si fuera yo la causante de todas sus desgracias y, como siempre, allí está usted.

Entonces cruzo la línea entre el cielo y el mar, me alejo de ellos, de ellos y de usted; viajo por los octubres, por los abriles, me convierto en esas nubes negras que cubren las cabezas de la gente y, por supuesto la suya, últimamente. Supongo que como nadie, ni usted, puede sentir lo que las nubes dicen, soy una nube. Ellas me quieren, me dibujan, me oyen, se ahuecan para dejarme ver las estrellas en las noches de neblina, y es que yo soy su hermana.

Me doblo como un cactus seco, allí al lado suyo, sin que usted me vea, y me escabullo en sus bolsillos, le revuelco las cositas que allí guarda; me le meto por la boca, duermo sobre sus muelas; me le siento en las orejas y le susurro cositas que usted no comprende, usted no sabe que yo existo.

Sin embargo, yo sé que a usted le gustar ver mis paisajes, estos paisajes que no todos pueden comprender, estos paisajes que yo pinto para usted y que usted no sabe; usted los ve, yo lo sé.

Usted los ve, usted los ve, usted los ve, usted los ve, usted los ve y luego sólo quedan obsesiones frías sobre mi espalda, se me trepan por los hombros y se balancean en mi pelo. Ah, mi pelo, el que he dejado crecer justamente para ellas, para que puedan acomodarse mejor en mi cabeza y no se quieran ir. En parte lo hago porque hay algo en mí que no quiere abandonar esta realidad aplastante, porque todos dicen que mi pelo es bonito y lo que no saben es que lo bonito de mi pelo es que está hecho de obsesiones frías que usted ha puesto sobre mi espalda para que suban por mis hombros, se balanceen en mi pelo y se quedan allí para siempre.

Así que, así pensando, llego a la conclusión de que la realidad aplastante que vivo y esas caras lánguidas y cuerpos famélicos, de los que yo hago parte, están formados por sus recuerdos, también lánguidos y famélicos. Sí, es todo culpa suya, es únicamente suya porque a mí no me gusta aceptar cuando la culpa es mía, entonces es suya y punto.

Y… como lo que me llevó a usted fue justamente esto, dibujarle paisajes en letras, entonces me voy, no vuelvo a joderlo más, no vuelvo a escribirle ni a mirarle ni a hablarle. Me harté de esa lejanía estúpida de la que usted forma mis obsesiones, de esa cara de imbécil que pone cada vez que me recuerda, del miedo que le produzco, me harté de su pelo.

PD: Necesito una nueva inspiración, pero ¿cuál?, si usted ya no existe ¿a qué le escribo?, ¿de qué escribo? Necesito salir, sí, voy a escribir de aquellas personas con las que salga, voy a disfrazar la realidad con colorcitos lindos, pasteles y cursis. Ah, se me olvidaba, no tengo con quien salir porque siempre me hacen cara de quépereza.

martes, 29 de marzo de 2011

¿No?

¿Nunca se ha sentido como un pedazo de mierda?, o, mejor aún, ¿Cómo un pedazo de… nada? [Como si la nada viniera en pedazos, pues, ja-ja].

Pues, ¿qué puedo decir?, que últimamente no hago más que esconder cómo me siento frente a las personas, pero apenas me encuentro sola se me caen los ojos en gotas de acuarela. Es suficiente para mí un momento, sí, tan sólo uno, para que las ganas de llorar le ganen a mi cordura y comience a gritar y a querer arrancarme el pelo; tan sólo un momento para que empiece a arañarme la cara, los brazos, el cuello… para que empiece a comerme el odio por la humanidad.

De verdad que quería a la gente, de verdad que me gustaba escucharla, de verdad que me gustaba hacerla sonreír cuando estaba triste; de verdad que me encantaba abrazar a la gente, demostrarle cuánto la quería. Pero vaya decepción me he llevado al ver que a la gente nada de eso le importaba, que le daba totalmente igual si yo la quería, si la escuchaba, si la hacía sonreír; le daba igual si la abrazaba o no, si le demostraba cuánto la quería.

Qué egoísta es la gente que me juzga de egoísta porque ya no escucho, porque ya no hago sonreír, porque ya no abrazo y porque ya no demuestro querer a nadie. ¡Qué egoístas! Si yo siempre los escuchaba y cuando quería ser escuchada se esfumaban como hombres grises. Si yo siempre trataba de hacerlos sonreír cuando estaban afligidos, pero si era yo la afligida huían de mí. ¡Qué egoístas! Si les daba abrazos sin que me los pidieran pero tenía que armar toda una operación de búsqueda para encontrar a alguien que me diera uno, pero mediocre, como quien no quiere la cosa. Si les decía tequieros cada que podía, pero, ni siquiera sé hace cuánto que no escucho a alguien decirme un tequiero sincero.

Sí, lo sé, hay gente que se ofenderá y pensará: “pero yo sí la escucho”, “pero yo sí trato de hacerla sonreír cuando está triste”, “pero yo sí le doy abrazos”, “pero yo sí le demuestro que la quiero”, “pero yo sí le he dicho tequiero”.

“But, in the end, everyone ends up alone, losing the only one who’s ever known who I am, who I’m not and who I wanna be” [You Found Me-The Fray]

Hay cosas que yo no puedo hacer, no tengo súper poderes. No puedo crear a alguien que siempre esté dispuesto a escuchar tanto mis pendejadas como mis problemas (mis estúpidos problemas), a alguien que siempre me haga sonreír, siempre. Tampoco a alguien que me abrace como si nunca más quisiera soltarme, tan sinceramente que yo pueda sentir la vibración de su cariño por toda la piel. Quiero a alguien que comparta gustos conmigo, alguien con quien hablar de libros que me gustan, alguien que no me haga cara fea si le digo que me acompañe a la biblioteca departamental, que no me ponga cara de quépereza si le pido que me acompañe un jueves por la noche a bailar música andina en la loma de la cruz.

Alguien no sólo para hablar sino para compartir momentos… un amigo.

Pd: Pido perdón a todos aquellos que se sientan ofendidos por mi egoísmo, de todas formas, yo los quiero.

jueves, 10 de marzo de 2011

Just like a fairytale

Creí haber estado perdida hasta que encontré aquella pequeña casita en medio del bosque, con luces en las ventanas. Creí, entonces, estar perdida en un cuento de esos que todos conocemos. Creí tantas cosas que de momento me parecieron tan poco realistas, pues ni estaba perdida ni era un cuento; era un sueño, pero no lo estaba soñando yo, ¿si me hago entender?, alguien estaba soñando conmigo. Y ese alguien vivía en aquella casa que ninguno de nosotros cree posible que exista porque creemos que sólo aquellos dos hermanitos la encontraron.
Entonces aquella persona quiso que yo supiera quién era quien estaba soñando conmigo. Claro está que si esa persona no hubiera querido que yo supiera que estaba metida en un sueño ajeno yo no lo hubiera sabido, ella mandaba en su sueño, era suyo al fin de cuentas, ¿no? Yo, consiente totalmente de los actos que no podía controlar pero que me parecían de poca relevancia, entré en la casita de dulce de dos pisos, que, como en todo cuento conocido, estaba entreabierta. En la casita no había nadie, pero había dos camas perfectamente tendidas y una cunita.
Me asomé a la cuna y ahí estaba un bebé, era un bebé como yo o usted podamos imaginarnos, quiero decir, un bebé completamente normal. Vi salir de su cabeza globitos, como los de las historietas, y ahí estaba yo asomándome por una cunita donde dormía un bebé completamente normal. Usted habría seguramente actuado como yo, que atraída por un nosequé se me ocurrió tocar el globito con el meñique. Era más que obvio, éste se reventó.
Abrí los ojos, era una oscura mañana de miércoles, tres y treinta y dos de la madrugada, hacía frío y llovía; entonces me di cuenta: jamás hubo tal bebé ni tal casa ni tal bosque ni tal sueño.