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jueves, 22 de abril de 2010

N[adie] D[ijo] Q[ue] F[ue] F[ácil] - 3


[ D[os] L[ejanos] R[ecuerdos]

-¡Lluvia!, te compré un disfraz de princesa, póntelo.

-Mami, sabes que no me gustan ni los disfraces ni el halloween…

-Cómo sabes que no te gustan los disfraces si nunca te has puesto uno? Y tampoco has salido nunca a pedir dulces.

-Mamá, no quiero despreciarte el vestido; y, sí, está muy lindo, pero no me lo pondría, ya soy bastante grande como para disfrazarme de princesa.

-Tienes siete años…

-Está bien, ahora me pongo el vestido; te lo prometo; lo tendré puesto durante todo el día si así lo prefieres, pero no saldré a pedir dulces en la noche. ¿De acuerdo?

-Hija… dime porqué, ¿porqué no te gusta hacer lo que a los demás niños?, ¿por qué no juegas?, ¿porqué no hablas con nadie?

-Hablo contigo, mami, y te quiero. ¿No es eso acaso suficiente?

-Eres tan… tan tú.

-Mamá, quiero escribir; si quieres estar conmigo siéntate a mi lado, pero déjame escribir.

-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·-·

-¿Por dónde divaga tu mente, joven caballero?

-Por el reino de las flores horarias.

-Y cómo te llamas?

-Viento, linda damita. ¿Cuál es el tuyo?

-Lluvia. Busco mi reino.

-Sí que pertenecemos al mismo. Ven conmigo, viviremos juntos en el palacio de Ningunaparte.

Tomaste mi mano y la pusiste en tu rostro.

-Te amo-murmuraste en mi oído.

-Yo más-susurré como respuesta.]

Tomé tu mano y la puse en mi rostro. Tus ojos habían tomado un tono gris y tu mirada estaba perdida.

Solté tu mano; te habías ido de nuevo; tu mano resbaló bordeando mi cara, calló en mi hombro y volvió a resbalar por mi brazo. Apretaste mi mano, aún quedaba un poco de tu presencia ahí. Pero yo me solté, ése sentimiento de perdición total en ti jamás lo había sentido, tampoco había sentido antes que te estaba perdiendo.

Me fui desconectando de tu mente, de tu cuerpo y de todo lo que pudieras ser. Me fui transparentando cada vez más para ti… hasta desaparecer.

Caminé sola y perdida, como siempre antes de conocerte, llegué a una cafetería, allí todo era también blanco y estaba cubierto de nieve, las personitas estaban congeladas; congeladas en el tiempo, claro, pero cubiertas de hielo. Crucé por la esquina, esa tradicional esquina que cruzaba todos los recesos, antes, cuando aún la realidad existía y yo estaba en una cosa rarísima a la que llamaban “colegio”; y ahí estaba, como siempre, esperándome, el agua tranquila pero ahora congelada. Cerca de la alta pared estabas tú, no estabas solo.

Besabas sus labios aún con más delicadeza con la que algún día besaste los míos, estabas blanco y con los hombros y cabeza cubiertos de nieve. Los cabellos de ella se movían ligera y suavemente, esparciendo su blanco, su vestido de un blanco purísimo te cubría los pies.

El par de gotitas heladas encontraron el momento oportuno para rodar por mi rostro.

-La pequeña Lluvia está llorando- dijo ella, mirándome con sus hermosos ojos de iris verde bordeado con azul.

-Nieve… me asfixias…-dije

-Lluvia, te amo…-dijiste con un hilo de tu sonora voz.

-Muérete-me dijo Nieve.

Sentí dar mi último suspiro. Estaba en un cuarto blanco, no había viento, ni frio ni calor; sólo una silla, una cadena y una navaja.

Oía el silencio dentro, los gritos fuera; tranquilidad dentro, caos fuera. Subí a la silla, amarré mi cuello a la cadena que pendía del techo para estirar mi cuello, apreté la navaja entre mis dedos y llevé su filo a mi cuello, cerré los ojos y sentí su rose frío. Un aliento de Anhídrido-Carbónico-Sólido se estrelló en mi cara; abrí los ojos y ahí estabas, me mirabas con desmesurada ternura, bajé mi mano. Me pareció oír un “no lo hagas”, pero eso no fue lo que dijiste.

Tomaste mi mano, la de la navaja, y yo apreté la mano, pensé que me la ibas a quitar; pero no. La llevaste de regreso a mi cuello y luego te acercaste a mi cara; con suma ternura, dulzura y delicadeza besaste mi boca mientras conducías mi mano a lo largo de mi garganta, clavándome la afilada cuchilla de la navaja, rasgando mi cuello. Y yo poco a poco me desangraba, manchando tu blanca mano, y tú me besabas lentamente.

Luego, cuando terminaste de clavarme la navaja, alejaste tu cara un poco de la mía y me observaste, con los ojos grises y perdidos.

-Ahora soy yo quien te corta la yugular, ahora soy yo quien te hace sangrar.-dijiste en vos baja.


- T…e…a…m…o…-pronuncié la última letra con un suspiro.

- Te estaré esperando.

Oí mi risa, abrí los ojos, me hacías cosquillas.

-No, para, no me dejas respirar!-decía entre risas

-Te seguiré haciendo cosquillas!

Estábamos en el mismo lugar, la cosa rara, detrás de la cafetería. Ya rendidos de reír nos recostamos en la alta pared y miramos el agua tranquila y las matitas flotantes, el pasto había vuelto a ser verde, y el sol a brillar.

-Hey, chicos, cuidado con pescar en ése lago-nos dijeron. Nosotros nos reímos.

-Ven, quiero mostrarte algo.-me dijiste tomándome del brazo.

Te paraste en medio del alto pasto que no podaban hace meses y de repente tu camisa se rasgó en la espalda dejando un hueco en ella, y pude ver cómo dos inmensas alas blancas, azuladas en las puntas, se extendían saliendo de tus omoplatos.

-Vaya!. Pues yo también tengo algo que mostrarte-te dije.

Extendí mis alas yo también, y mi camisa también quedó rasgada por detrás.

-Las tenías bien escondidas!

-Bueno, tu también.

-Tenía miedo de que lo supieras, no sé por qué.

-Vámonos, a donde podamos estar juntos de nuevo y para siempre.

-Al castillo de Ningunaparte?

-Exacto!

Tomados de la mano alzamos nuestras miradas al cielo, como para inspeccionar qué tan nublado estaba; nos miramos, sonreímos, y batimos nuestras alas.

Llevábamos cinco metros de altura cuando un suave zumbido llegó a nuestros oídos, Una pequeña bolita blanca de alitas transparentes revoloteaba por nuestras cabezas.

-Mi… tu suspiro…-dije.

Tu sonreíste.

El suspiro dio unas cuantas vueltas alrededor de nosotros, volviéndonos esculturas de hielo. Por culpa de la fuerza de gravedad caímos al suelo y nos rompimos en billones de trocitos que el sol terminó por derretir.

jueves, 15 de abril de 2010

N[adie] D[ijo] Q[ue] F[ue] F[ácil] - 2


-Iré, te lo prometo.

-Pronto!, corre!

-Que dices?

-Tres…

-Qué pasa?

-Dos…

-Hey!

-Uno…

-Respóndeme!

-Cero.

Hasta ahí recuerdo, tengo tus labios en mi mente pronunciando esa última palabra. Desapareciste, todo desapareció; sólo había oscuridad, oscuridad infinita.

“C[arta] a V[os]:

Desesperante es estar en las tinieblas y no poder salir cuando a uno le dé la gana, desesperante es que la luz duela y lastime. Desesperante es sentir que no tengo la culpa de quererte tanto, desesperante tener alas y no poder volar, desesperante escuchar y no entender, abrir los ojos y no ver.

Ahora no sé muy bien en dónde me encuentro, sé que es oscuro y vacío, como yo.

Pd: Te extraño hoy más que nunca. ¿Qué día es?”

-Hey! Chico de la gabardina, no pintes con óleo que te manchas.

-Quién más, si no tú, podría decir esas palabras?-Dijiste volteándote.

-Creo que necesito que me devuelvas algo.

-Dime…

-Uno de los tantos abrazos que te regalé.

-No, te lo ruego, deja que me quede con él.

-Entonces regálame uno de los tuyos.

-Claro…

¿Cómo no?, ¿cómo no recordarlo? Si fue una de las cosas más lindas que me pudieron pasar en la vida!

-Estás aquí conmigo!

-¿Cómo no estarlo?

-La otra vez no lo estabas.

-La otra vez tú tampoco.

-¿Qué es esto?, ¿dónde estamos?

-Estamos juntos ahora, el resto no importa.

-Estamos…juntos…?

-Puedes comprobarlo-dijiste y pusiste tu mano en frente mío. Extendí mi mano y nuestras palmas quedaron unidas.

-Es cierto! No sabes lo feliz que estoy porque hayas vuelto.

-Pero si fuiste tú la que viniste.

-¿Qué importa si yo vine o tú volviste? Estamos juntos.

Metí la mano en el bolsillo de mi abrigo y toqué el papel perfectamente doblado, lo arrugué entre mis dedos, recordando que la realidad ya no existía.

Te miré, tus ojos negros estaban ahí, como siempre, esperando a los míos. Te miré, me miraste, así como suele pasar, y los dos sonreímos. Recuerdo tu cara sonrojada, recuerdo que me dijiste: estás rojita, rojita.

Te acercaste a mi oreja y susurraste:

-Te amo…

-Grítalo.

-Te Amo!!!

-Yo más!!!

-Aún tienes mi suspiro?

-Sí-te respondí. Buscaste detrás de mi oreja.

-Aquí está, ni lo habías tocado.

-Tenía miedo de que se escapara si lo sacaba…

-Toma, guárdalo bien.

Tomaste mi mano y la abriste, pusiste el pañuelito arrugado y la volviste a cerrar. Apreté mi mano, pude sentir tu suspiro susurrando y quejándose, se estaba asfixiando. Abrí la mano y lo vi estremecerse, tembló ligeramente, “está vivo”, pensé; levanté una de las cinco puntitas del pañuelo y sentí la mano fría, levanté otra puntita y una tercera resbaló sola, por último quité la cuarta puntita y no hizo falta retirar la quinta… el suspiro anduvo unos milímetros y con una de sus pequeñas alitas transparentes se la quitó.

Se paró en el borde de mi mano y miró hacia abajo, aleteó un poco, dio un par de saltitos y se echó a volar, vistiéndolo todo de frío blanco. Deshojó algunos árboles a los otros los volvió esculturas de hielo, tapó el sol con una nube de nieve, bajó la niebla a nuestros pies y puso un par de gotitas heladas en cada ojo de nosotros.

jueves, 8 de abril de 2010

N[adie] D[ijo] Q[ue] F[ue] F[ácil] - 1



“Un paso más y te mato”, diste un paso más. Apreté los chacos entre mis dedos y me dispuse a darte un golpe en la cabeza, pero dudé… y lo hice; fue entonces cuando caíste al suelo, con sangre en tu oreja, me miraste, desde el suelo, y me extendiste tu mano.

-Ayúdame a levantarme-me dijiste

-Lo siento…-dije extendiéndote mi mano salpicada de tu sangre.

-No importa…

No viniste al otro día. “…”, pensé. Al siguiente tampoco. “emm…”, pensé. Al otro día volviste a faltar. “¿y?”, pensé. Quinto día de la semana y no venías. “Por qué?”, pensé.

[-Murió?

-Lo sentimos, señora…

-Déjese de formalidades! Por qué no me lo dice de frente?!

-Su hijo murió, señora.

Volvió a su asiento, el de la mitad de una fila de cinco sillas blancas de patas negras. Puso su mano en la frente, apoyando su codo en su rodilla, la otra mano sostenía el celular. Soltó una lágrima, luego un leve gemido, por último un grito desesperado.]

-Cómo estás?

-Aún me duele…

-Estaba preocupada…

-Mmm, ya…

-Estás bravo?

-No, no estoy bravo…

-Te rompí el cráneo, deberías estarlo…

-Desde que te conozco no he podido volver a sentir odio.

-Y bravura?

-Ciego, torpe y tonto…

-…amor.

Tomé tu mano, me acerqué a tu cara…

-Puedo?-susurré

-Sí.

Besé delicadamente tus delgados labios, suaves, aún los recuerdo.

-Me extrañas?-dijiste en mi oído.

-Muchísimo-respondí.

-Volveré.

-Cuándo?

-Volveré, te lo prometo.

-Te estaré esperando…

-Pide algo.

-Un suspiro tuyo.

Sacaste un pañuelito y me envolviste tu más sincero suspiro.

-Pensado en ti-me dijiste mientras lo metías en mi oreja.

-Gracias.

-Te amo.

-Shhh… no lo digas, eso es algo que la gente no está acostumbrada a oír.

-Te quiero

-Yo más.

Recuerdo esa conversación, parece que fue hace tanto tiempo, charlada toda al oído.

Sólo susurros y un beso.

-Tengo algo para ti- te dije

-Dime…

-Una sonrisa, dos abrazos y tres besos.

-Tu sabes que son las tres cosas que más me gustan de ti. Te quiero.

-Yo más.

-Te extraño y espero.