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martes, 13 de marzo de 2012

Zeeeetazetazetazetazetazeta.


Erase una vez una persona en automático. Vivía en un estado de sueño profundo y el caos reinaba dentro de ella como en cualquier otro ser humano en automático. Desde su nacimiento se montó en el automóvil de su cuerpo y aprendió a manejarlo como luego, a los 17 años, aprendió a manejar el automóvil de su madre.
Dormida se dormía, dormida se despertaba, dormida quería, amaba, deseaba; dormida se antojaba, dormida se saciaba. Y soñaba, soñaba que estaba despierta y que vivía su vida. Pero su vida no era suya. Su vida era de las tantas personalidades que entre su caos dormitaban, esperando su turno de despertar y con ello atraer emociones hasta secarlas, para luego morir y dar paso a la nueva entidad en vigilia.
Y así se le pasó la vida. Se enamoró, como cualquier persona dormida, de otro ser humano dormido, pero no, ella nunca vivió el amor. Parió dolorosamente unos cuantos vástagos también dormidos, pero ella nunca vivió el dolor. Se divorció, creía que se había acabado el amor, pero le molestaba compartir el lecho donde dormitaba. Habitó sola su casa durante la joven vejez y la ancianidad, pero nunca vivió la soledad.
Murió dormida y mientras dormía, murieron su cuerpo y su mente y al morir despertó: se vio arrugada, pálida y débil, frente a una realidad que ya no podía afrontar, ahora tenía que irse y ya no podía volver, había dormido ochenta años de su existencia, había dormido en vez de vivir. En alma se juró vigilia, pero al nacer de nuevo en cuerpo lo olvidó y se desplomó dormida a los pies de una nueva vida.