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martes, 14 de septiembre de 2010

Brisa en las pestañas.

La soledad que, como todos las mitades de semana, invadía el lugar con su viento escalofriente y frío, me llevó a perder mis pasos en una búsqueda desesperada de su rostro en algún punto perdido de la pared blanca. No había yo dejado caer mis párpados cuando me encontré allí, chasqueando el aire con mi lengua y el sonido parecía suspenderse interminablemente en el aire y luego se difuminaba con mi respiración más lento de lo que cae un cadáver de araña.

Los colores que me rodeaban eran, simplemente, insípidos; no me apetecía probarlos. El viento terminó por borrarlos de su lugar y dejarlos revueltos como una mancha gris en mi ojo izquierdo.

En aquel momento un líquido ácido y verdosamente descolorido comenzó a burbujear en mi cerebro y... ¡váya sensación relajante!

Entonces eran las cinco de la mañana y una luz perezosa entraba por el hueco enrejado de el cuarto en el que me encontraba; el cuarto blanco en el que deseé encontrar su rostro, sin éxito alguno.

Miré mis manos, eran de metal aguado. Recordé el día en el que mis dedos pudieron sentir la acuosidad púrpura de tu cuerpo perdido entre las cortinas grises que hacían de cobijas en quella noche que fue interminable mientras duró.

2 comentarios:

T. Sweeney dijo...

hola, tu entrada me ha dejado sin palabras hehe...

ok saludos =)

adiós.

Bel dijo...

Vaya!

A mí me gusta muchísimo como escribís vos, es un honor que me digás eso, jejej gracias, ¿oís?