La primera vez que te vi la sensación más fuerte en mí fue de sorpresa, y es que tu parecido con Taylor Hanson es impresionante; pero luego vi el torso sin camisa, la piel desnuda recibiendo el sol, los músculos de los brazos marcados por la fuerza, tu cara concentrada, el serrín volando a tu alrededor, y se me antojó que eras mago.
Y ¿cómo explicar que todos los días pidiera al cochero que bajara la velocidad al pasar por esa parte de la calle? Hacía que la escena pareciera en cámara lenta, y yo, desde mi ventana, podía verte todos los días limpiarte el sudor de la frente con un paño húmedo, podía ver tu cuerpo luciendo al sol sus marcados contornos.
Mis viajes diarios de un extremo a otro de la ciudad terminaron unas pocas semanas después de yo haberte descubierto, y tuve que quedarme encerrada en mi cuartito, mirando siempre por la ventana, como esperando a que pasaras por debajo y yo pudiera verte. Siempre pensando en vos, ¡en vos que no me habías regalado ni una miradita!
Para vos yo no existía, y, mientras tanto, para mí, vos y tu cabello rubio y rizado se habían convertido en motivo de una desesperación neurótica en medio de los amaneceres más silenciosos y fríos. Tu imagen había desbordado la capacidad de mi cerebro y yo era un bulto, tirado sobre una cama destendida, que sudaba y gemía tratando de darte un nombre para poder llamarte.
Y ¿cómo explicar esas escapaditas que me daba por las tardes a la carpintería?, ¿quién iba a creer que realmente me interesaba la carpintería a mí, la señorita de mejor familia de toda la ciudad? Pero yo seguía yendo tarde tras tarde, a pie pero con ojos y corazón bien atentos, a la carpintería; iba a buscarte todos los días, a veces me encontraba con las puertas ya cerradas y todo guardado, otras, me encontraba con un par de señores viejos y panzones que me preguntaba qué hacía yo allí.
Nunca me atreví a preguntar por vos, aparte de que ni siquiera sabía tu nombre esos viejos panzones no me inspiraban confianza. Y, así, pasaron los días. Deseaba desesperadamente verte de nuevo, pero no volví a la carpintería. Me estaba resignando a la idea de nunca conocerte.
Ya estaba olvidándote cuando, en una noche de esas que no estaba en mi casa, tuve un sueño. No sucedía nada en aquel sueño, simplemente eras vos, sonriendo y mirándome. Desperté con la seguridad de que si iba a buscarte te encontraría y, sin embargo, decidí hacer caso omiso a cualquier tipo de presentimiento.
Pero he aquí que, varios días después, salgo a buscarte de nuevo. Me escurro a hurtadillas por la gran puerta de madera, atravieso el jardín escondiéndome tras los matorrales, corro por las calles y callejones alzándome la falda para poder ir más deprisa, llego a la calle principal tras cinco minutos de agitada carrera, cruzo a la izquierda y me lanzo por el andén directamente hacia donde puedo ver los tablones amontonados y el serrín volando.
De regreso pido a un señor que me venda un helado de arequipe para calmar la sensación de estúpida que me producía el haberte buscado en vano una vez más.