Todos se han fijado en ese ventanal, todos saben que si se fijan en ese ventanal a las diez y cuarenta de la noche me van a ver desnudándome, me van a ver ponerme el vestidito de tul blanco y, acompañada por alguna silueta masculina –que es diferente cada noche-, meterme bajo las cobijas.
Pero usted sabe que se pasa los días sentado y torcido, deseándome. Se pasa los días metido en un letargo insoportable, queriéndome. Mírese, ya está todo lleno de hongos, blanco y arrugado. ¿Usted cree que yo lo quiero?, pues no, fíjese, yo no lo quiero. Usted me dijo hace unos días que me quería, ¿se acuerda? Es que usted puede estar lleno de amor pero ese amor no es el que yo quiero.
La primera vez que me le acerqué pensé que habían puesto aquí una nueva estatua para adornar el parque, pero era usted, metido entre las matas todo cubierto de musgo y mirando siempre al ventanal. ¿Esperaba verme?, pues aquí me tiene. Y yo quiero quitarle todo ese mugre que tiene usted encima, que no lo deja caminar, que no lo deja dormir, que lo mata poquito a poquito.
Venga, le enseñaré cosas chéveres, ya verá usted cómo es de bonito mi mundo, le mostraré la felicidad, lo llevaré al paraíso. Venga, no tenga miedo, parpadee y dése cuenta de lo vivo que puede estar si se viene conmigo, si pasa la noche dentro de mi portal; si se resbala no importa, es más sencillo que se quede enredado en mi melena.