Los individuos, disfrazados con máscaras hechas con hojas y pintadas con sangre de leopardo y carbón, cantaban canciones y tarareaban melodías de una letra incoherente, mientras las mujeres gritaban lastimándose la garganta cantando historias de guerreros convertidos en demonios. Golpeaban con hojas de muérdago la espalda desnuda de la exorcizada, que lloraba sangre mientras sus lágrimas manchaban la tierra de la selva virgen. La húmeda tierra se le metía entre las uñas y con los ojos ya ciegos, después de que se los hubieran quemado, pataleaba descontroladamente tratando de zafarse y sacar de su boca la espuma blanca y viscosa para pronunciar dos palabras: “¡Malditos sean!”.
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