Las tardes empezaron a oler a timbres de teléfono, se llenaron de palabras y humo en el aire. Las relaciones lejanas, la distancia entre las personas, la cercanía de la gente.
Rossa sentía la soledad de su cuerpo, oía las voces desde el otro lado, frías, muertas, disfrazadas de vida. Estaba triste, le hacía falta el amor.
Incomprensión olvido tarde lluvia triste azul lágrimas humo ventana mojada. La pared que sostiene espaldas cansadas de soportar tanta tristeza, los cuartos oscuros llenos de fantasmas, de recuerdos encabritados. Las manos desesperadas que rasguñan las baldosas, los gritos sangre dolor tristeza muerte ya no sé qué hacer me quiero morir ámame.
No había arrepentimiento, lo prohibido no implica a la maldad. Tal vez sí a la impulsividad, a la inseguridad, a la inmadurez. Pero Rossa sólo recordaba, en ella sólo había un vacío profundo en el que todo se perdía irreversiblemente, un agujero negro, la nada. Los poros de su piel le daban la propiedad de esponja desechable.
Ya no interesaba nada, la casa olía a viejo y a guardado, como a huevos de cucaracha, como a ropa de invierno, como a otoño tarde triste lluvia frío llanto sangre baldosa tengo sueño estoy cansada de vivir.
La soledad la acompañaba día y noche, la adormecía en la madrugada con su silenciosa canción que huele a gotas de rocío, a abarázame bésame ámame que te quiero sólo a tí te extraño llanto frío ventana mojada.
Con los pies sobre la baldosa fría de los cuartos oscuros de las casas prohibidas, así vivía Rossa, vagando perdida, sin color, sin prisa; sin amor, sin vida.