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domingo, 31 de mayo de 2015

Sirena de tierra


Hoy llueve. Siento que muero. Lloro. Miro al cielo y le pido que me reciba. El dolor en mis muñecas es insoportable, el peso de mis párpados insuperable. ¿A dónde se fue toda la luz? Esa nefasta luz que ha quemado, sin piedad, mi alma con sus verdades, ¿dónde está ahora?
¡Maldita sea! ¡Todo está en tinieblas! Ni el azul de mis sábanas puede absorber mi tristeza, ni el blanco de la luna puede frenar el ardor de mi piel. La esperanza en mí es como el verde de los ojos del gato negro que nunca tuve. Gato de bruja.


Se me antoja tomar el rumbo de la carrilera, llegar al mar y no detenerme, continua., Hundirme, naufragar, quizás flotar. mi olor a sal delata que vengo del mar. Dejar que los erizos de mar me desinflen, deshacerme de esta embarcación en la que nací, en la que ya no quiero flotar más.
Se deshacen las nubes en lluvia, se me suben las hormigas al cuerpo, tal vez me esté pudriendo. Alguna vez tuve ansias de reconstruirme, ya no sé.


Tengo el vacío infinito en el centro de mis manos, en medio de mis pechos, en mi ombligo, en el camino que surca mi espalda. En cada hueco, en cada arruga, en todos mis pliegues, en cada cicatriz, debajo de las uñas y en cada esquina de mi cuerpo existe un hambre que no ha podido ser saciada. Me conocen los poetas, los he visto caminar.


Suena una canción triste dentro de mi corazón, algo así como un canon entre el canto de una ballena triste, el gemido quejumbroso de una gaviota y el andar seco de un caracol.